Marxismo cultural, deuda y «maricón el último»
Tom Daley, múltiple campeón olímpico, hizo pública su homosexualidad en el pico de su carrera deportiva.
Durante las últimas décadas hemos asistido a un neocapitalismo financiero de la atención ligado al final de las ideologías, y a la consolidación de un sistema capaz de integrar todas las alternativas dentro del modelo dominante de mercado: la sociedad cerrada. En la nueva modernidad las deudas no se pagan, se refinancian, y no solo se impone el dominio del “Gran Acreedor”, además, la pulsión identitaria nos define como somos, y ese “somos” alcanza profundos niveles de aceptación o de rechazo y de abstracción conceptual.
El pasado no es sólo historia, es también memoria. Hemos regresado a golpe de realidad a esa infancia oscura donde se gritaba “maricón el último” y uno salía en estampida hacia un porvenir de macho inquebrantable. Hoy la realidad supera cualquier ficción. “No voy a pedir perdón por tener pene”, confesaba Milei hace unos años. Faltaría más. Un presidente tan macho y tan ultra sin pene se siente desnudo. Es como un antidisturbios sin cachiporra. Lo dijo en un contexto de defensa numantina hacia el machismo irracional, casposo y deshumanizado, demonizado por la corriente de progresismo “gramsciano” llamada “marxismo cultural”. Lo dijo Trump: “El gran enemigo a vencer es el marxismo cultural”. Esa construcción abstracta de realidades imaginadas por una extrema derecha de fuerte rearme ideológico, que sostiene la existencia de un progresismo de irritante dominio en las ideas, las creencias, la moral, las artes, el deporte, la cultura, la educación, el sexo. Un “marxismo cultural” endemoniado en su vertiente ecológica, LGTBI, feminista, de clase, de raza, de género.
La igualdad es respeto por la diferencia, es caminar hacia una convergencia de géneros que trascienda los mandatos y los roles hasta subvertirlos. Algo que asumió Tom Daley, no sin problemas. El clavadista más popular de todos los tiempos, y el primero en conquistar cinco medallas olímpicas en la plataforma de 10 metros, decidió hacer pública su homosexualidad mientras alcanzaba el pico de su potencial competitivo. Muchos deportistas ocultan su condición sexual hasta que se retiran. Daley tenía 19 años cuando reprodujo un video en youtube que provocó una enorme conmoción en la sociedad británica y en el comité olímpico del Reino Unido. “Si no hubiera salido del armario no hubiera conseguido el oro olímpico”, declaró. Se casó tras los juegos de Río con Dustin Lance Black, ganador de un Oscar por el guion de “Mi nombre es Harvey Milk” y tuvieron dos hijos. “Me subía a la plataforma siendo yo mismo, con el apoyo de mi marido, de mis hijos, como la persona que realmente era. Comencé a saltar como si no tuviera nada que esconder”.
Daley podría haber seguido escondido en el armario. Haberse callado. No meterse en problemas, escurrir el bulto y evitar ser señalado con el dedo. En tiempos salvajes, no ya de censura, sino lo que es mucho peor, de autocensura pensando en la supervivencia, hay mucho valor en el compromiso de Daley. Los que dejan que la vida pública la hagan los otros no saben que la vida pública también forma parte de la privada, porque lo que atañe a todos también nos atañe a cada uno, simplemente porque los otros forman parte de ese nosotros. Se dirá que eso no garantiza que vivamos en sociedades mejores; falso: eso garantiza que vivimos en sociedades más democráticas, que es la única garantía de vivir en sociedades mejores. Debemos defender una moral sexual que exija acuerdos, no una moral sexual autoritaria y puritana que nos diga qué prácticas, con quién, cuándo, dónde y para qué. “Maricón el último” se ha terminado.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979